DÍA 1: PARÍS, ALLÁ VOY.
Os pongo en situación: primera vez en un avión (y que sepáis
que soy un poco miedosa).
En la cola para embarcar menudas risas llevábamos mi madre y
yo.
- Yo quiero meet&greet con el piloto.
Risas que cesaron nada más comenzar a caminar por
el "corredor de la muerte."
Sí, de esto que vas ya por el pasillito viendo el ala del
avión y sabiendo que estás a escasos centímetros de poner un pie en un cacharro
que vuela. Porque yo hasta el momento no he hecho mayor acto de fe que el de
montarme en un avión... ¡Pero cómo va a volar si no tiene plumas!
Solo añadir que antes de subir al avión llevaba un sueño que
ni veía y no dejaba de repetir "¡Yo
en cuanto monte mi culo en el asiento menudo siestón me voy a pegar." Entro en el avión, giro a la derecha y os juro que el sueño
no sé dónde quedó, porque conmigo desde luego que NO se vino. Mi primera
impresión fue de "¡Jesús! Esta va a ser mi tumba. ¡Pero qué estrecho es el
pasillo! ¡Si no puedo llevar la maleta!"
Y allí me veríais a mí, que soy muy menudita, con una maleta
la mitad de alta que yo intentando no llevarme por delante los pies de los pasajeros que ya estaban
sentados.
Inmersa en esta espiral de sentimientos encontrados busco
nuestros asientos. La única ilusión que tenía es que me había tocado
ventanilla... ¿Ventanilla? ¡Tenía un cuarto de ventanilla! Y ahí me senté, arrinconada contra la pared.
Os voy a confesar que fueron las dos horas más largas de mi
existencia, y que con cada turbulencia por lo menos he perdido diez años de
vida jajaja
Cuando aterrizó el avión me dieron unas ganas locas de
besar el suelo.
¡En París ya! Esto va a ser pan comido. Todo el mundo dice
que es muy fácil.
Habíamos contratado traslado al hotel. Y en teoría cuando llegásemos habría un señor
con un cartel con nuestro nombre esperándonos. El avión había llegado con
veinte minutos de retraso y claro, nosotras ya supusimos que el señor estaría
cartelito en mano. Pues no había ni perri.
Cansadísimas, maletas a cuestas y un poquito malhumaradas
después de haber comprobado cada cartel decidimos llamar a la agencia: sin
respuesta. Llamamos a la empresa de traslado: igualmente sin respuesta.
Muy finalmente apareció el chófer.
¡Vaya
viaje Orly-Centro de París! Una horaza en el coche viendo cómo se cubría el
cielo, comenzaba a llover y mis expectativas del "gran viaje" se iban
poco a poco al garete.
Nos
alojamos en Rue de Trévise.
¡Ay madre que en el hotel no hablan
español!
Venga
hija, rebusca en la memoria allá por la era bachillerato que seguro que alguna
palabra al azar encuentras para hacerte entender.
Ojo, que
de verdad, cuando la gente dice que en París aprovechan mucho el espacio, es
verdad, con mayúsculas... Aprovechan MUCHO el espacio.
Ascensor
de nuestro hotel: persona + maleta o dos personas sin maletas.
Instaladas
en nuestra nueva habitación durante los próximos (cinco) días llega la hora de
deshacer equipaje, adecentar la cara de zombie y salir a explorar París.
Recordad
que estaba medio lloviendo, y sabed que llevábamos no uno, si no DOS paraguas
comprados en Valladolid para la ocasión. No cogimos ni uno.
¡Primera
parada! Palais Royal.
Antes de
acercarnos a la famosa pirámide que se alza en el patio central del museo del
Louvre, decidimos hacer una parada en el Palais Royal.
¡Entrar
es gratis! Una palabra poco conocida en París. No perdáis la
oportunidad de visitar su jardín, con sus 260 columnas pintadas de blanco y
negro. Si os gustan las fotos, el lugar es idóneo para una pequeña sesión (¡postureo
en vena!)
¡Rumbo
al Louvre!
Aquí he
de admitir que mi madre y yo decidimos que, con todo el respeto, este museo
sería de paso y tan solo lo veríamos desde fuera.
Los Jardines de las Tullerías son una muuuuy buena opción para comer si hace buen
tiempo, que no fue nuestro caso. En cualquier rincón de este lugar te encuentras
sillitas verdes colocadas aleatoriamente. Si os preparáis un bocata y hace
bueno, no dudéis en probar esta alternativa (muy económica también
jejeje).
¿Qué es
ese ruido? ¿Puede ser el de nuestras tripas? No habíamos probado bocado desde
la noche anterior y el estómago nos lo estaba pidiendo a gritos.
En esta ocasión
hicimos una parada en el salón de té Angelina, situado en el 226 de la Rue de Rivoli; en frente de los jardines.
Yo con
una hambre... ¡Y vaya cola había! Que si le sumamos el cansancio estábamos a
punto de darnos por vencidas e irnos a algún otro lado. Pero se alinearon los
astros y había una mesita de dos que nos asignaron.
Algo que
caracteriza a este lugar es, sin duda, el chocolate caliente; y de hecho la
mismísima Coco Chanel lo desayunaba allí todas las mañanas antes de dirigirse a
su número 31 de la Rue Cambon. Tanto a mi madre como a mí el chocolate caliente
no nos gustó demasiado, para nuestro gusto era bastante fuerte y nosotras
estamos acostumbradas al chocolate que hacen en El Castillo (Valladolid) que es
muy suavecito.
Eso sí,
los pasteles ya fueron otra cosa. El Montblanc es un gran clásico de este salón
de té.
El
puente de las Artes: es ese lugar donde los enamorados sellan su amor. Una vez
cerrado el candado lanzan la llave al Sena para que este guarde la promesa de
amor eterno.
Continuamos
nuestro paseo y al otro lado del Sena contemplamos el museo de Orsay.
Siguiendo
por los jardines y ya al comienzo de la Avenida de los Campos Elíseos nos
encontramos con la Plaza de la Concordia.
En su
centro se erige el obelisco egipcio de Lúxor, proveniente del templo que lleva
el mismo nombre y decorado con jeroglíficos.
Llegó a
París en agosto de 1834 y no fue hasta 1998 cuando sobre el piramidón que
gobierna la cúspide se añadieron láminas de oro y bronce.
Yo, que
me lo llevaba todo estudiadito de casa, sabía que para ahorrar tiempo y no
tener que andar "yendo y viniendo" lo mejor era desviarse un poquito
al comienzo de los Campos Elíseos e ir a ver el Puente de Alejando III.
Es el
puente más bonito que vais a encontrar en París, y su construcción tiene una
curiosa historia. La primera piedra fue puesta por el Zar Nicolás II de Rusia,
mostrando así en este acto la alianza franco-rusa. Cada adorno que viste este
puente fue encargado a diferentes artistas.
Caminamos
hacia el Petit Palais y el Grand Palais. En este segundo edificio es donde se celebran
en cada temporada los desfiles de Chanel. Es entonces, en su interior, cuando
las locas ideas de Karl Lagerfeld, director de la marca desde 1983, se
convierten en algo real: un bosque otoñal, una playa de arena blanca y aguas
cristalinas, un barrio parisino, un cohete espacial o incluso la torre
Eiffel.
Ahora sí
que sí: la Avenida de los Campos Elíseos.
Y aquí
tenía claro cuál sería mi primer objetivo: el número 68 de esta avenida.
Desde
1914, Les Champs Élysées han tenido un poquito más de magia: la apertura de la
tienda Guerlain en un ambiente de glamour, elegancia y ensoñación que
caracteriza a esta lujosa avenida.
Este
lugar sin duda es una de las tiendas más bonitas que he visto en mi vida (por
no decir la que más jajaja) y estuve un buen rato perdida de un lado a otro,
oliendo toooodos los perfumes exclusivos que ha desarrollado la marca.
¡Más que
una tienda podría decirse que parecía un museo!
Y a mí
me ponéis en una estancia rodeada de perfumes y es que me habéis perdido para
siempre.
Mi
siguiente parada sería una merienda en Ladureé para reponer las pocas fuerzas
que quedaban y continuar hasta esa enorme tienda que no puede pasar
desapercibida en los Campos Elíseos: Louis Vuitton.
Desde
lejos se advierten la L y V entrelazadas que conforman el logo de la
marca.
¿Entré?
Claro que sí. Pero a mirar.
¿Sensación
al salir? Negativa. Como nosotras no llevábamos bolsas de la marca no nos
despidieron con la efusividad con la que lo hicieron a la chica que salió justo
delante (que sí que las llevaba).
Pero es
que al entrar tuvimos esa misma sensación.
Y ya nos
disponíamos a terminar el día a lo grande: ver París, la Ciudad de la Luz de
noche, desde lo alto del Arco del Triunfo. Qué decepción cuando nos enteramos (bueno, nos lo
contaron unas japonesas a las que dimos pena y nos lo buscaron en el móvil) que
el arco estaría cerrado TODA LA SEMANA.
Así que
con las mismas, con un cabreo impresionante, lloviendo (y recordad... sin
paraguas) nos volvimos al hotel.
Allí,
para cenar nos recomendaron que las mejores pizzas de la zona eran las de Le
Bookie, situado en el número 15 de Trévise. Y no se confundieron. Desde luego
que la cena nos supo a gloria bendita. Y el trato de los chicos que allí
trabajan inmejorable.
¡Ah!
Pedid "Un carafe d'eau, s'il vous plaît" y os traerán una botella de
cristal llena de agua del grifo muuuuuy buena y gratis. El agua embotellada es
carísima en París, como me dijo mi profe de fránces: "si pides agua
embotellada te cobran el alquiler del piso."
DÍA DOS:
402 ESCALONES.
París
amanece con el cielo cubierto de nubes y Notre Dame me regala las mejores
vistas de la ciudad.
Sí,
merece completamente la pena subir cada escalón porque Notre Dame, sus gárgolas
y las panorámicas son absolutamente impresionantes. Mi madre en esta ocasión se
quedó abajo, esperándome, porque la sola idea de pensar en subir por un lugar tan
sumamente estrecho durante mucho tiempo le agobiaba.
Para
visitar las torres se accede por el lateral izquierdo de la catedral. Allí hay
unas máquinas en las que podréis seleccionar una hora para visitarlas aunque
también se puede hacer a través de la aplicación JeFile.
No sé
cuánto tiempo pasé allí arriba, pero mínimo fue una hora. Y si regreso a París repetiré
esta experiencia.
Además
se puede visitar el campanario donde vivió el Jorobado de Notre Dame. Para ello
se deben superar unos escalones un tanto difíciles para las personas con
vértigo como yo. Lo intenté una vez, pero comprobar entre escalón y escalón el
hueco que había, dejándome ver la altura a la que estaba no era plato de buen
gusto; así que me bajé. Y ya la segunda vez enfoqué la mirada arriba y dije
"Que sea lo que Dios quiera... ¡A subir!"
Dicen
que tocar la campana te da fuerza y energía.
Hay una
leyenda que relata que la noche en la que Juana de Arco fue quemada viva las
gárgolas despertaron de su sueño, hasta entonces eterno, y sobrevolaron París
matando a todas aquellas personas que presenciaron la muerte de Juana y no la ayudaron.
A la mañana siguiente París amaneció con centenares de cadáveres en sus calles.
Continuando
el recorrido de gárgolas nos encontramos con otras cuantas escaleras más para
acceder a unas de las mejores panorámicas de París. También se da la opción, a
quien no quiera continuar subiendo, de poder bajar en este punto.
La
entrada al interior de la catedral es gratuita.
¿Sabíais
que la coronación de Napoleón Bonaparte tuvo lugar en este lugar?
Es la hora de comer y hoy, que no hace tanto
frío, lo haremos en un banco en uno de los múltiples puentes que cruzan el
Sena. Esto lo decidimos cuando vimos un puesto a pie de calle con unas
tostadas, quiches y pasteles con muy buena pinta.
Aunque
el hambre se nos quitó un poco al ver a toda una familia de avispas alimentarse
directamente del azúcar de los pasteles. Y sí, es que en las pastelerías
parisinas las avispas pasan el rato empachándose... ¡Así están de lucidas! Y mi
madre y yo tenemos fobia a estos insectos.
Pero
esto no acaba aquí: las dos comiendo frente al Sena y las avispas
persiguiéndonos. Nos cambiamos de banco... ¡Y seguían detrás de nosotras!
Después
de comer (prontito, a eso de la una jajaja) nos dirigimos a la siguiente parada
según marcaba mi itinerario: Sainte-Chapelle.
Algunos
la consideran la capilla más bella del mundo, y no es para menos... Observad
sus vidrieras policromadas y cómo la luz se filtra delicadamente a través de
estas, configurando un ambiente celestial.
Fue construida
en 1248 con el motivo de guardar allí las
reliquias relacionadas con la muerte de Jesucristo, como por ejemplo la corona
de espinas, un trozo de la santa cruz, el hierro de la lanza e incluso la
esponja. Aunque durante la Revolución Francesa muchas de estas piezas desaparecieron.
Está formada por dos capillas, la inferior edificada en honor a la
Virgen María y la superior que es la más impresionante. En todas sus vidrieras
se pueden contemplar escenas bíblicas.
A esta altura del día y a pesar de ser tan solo las dos de la
tarde, yo estaba ya que no podía ni con mi alma después de la subida y bajada a
las torres de Notre Dame. Y además, una ampolla en el talón derecho no me
estaba facilitando la tarea; así que aprovechando que había una hilera de
sillas en la parte derecha de la capilla, me agencié un sitio y allí estuve
descansando y admirando este lugar.
¡Cómo me dolió tener que levantarme! Pero había que continuar con
el recorrido.
El Palacio de Justicia está al lado de la Sainte-Chapelle. De
hecho, mi madre y yo pasamos el control para entrar al Palacio de Justicia (o
así lo indicaba el cartel) porque el de la Santa Capilla estaba repleto de
gente y resultó que fuimos a dar al mismo lugar jajaja pero tardamos bastante
menos tiempo.
Muy curiosos los buquinistas de París: vendedores de libros de segunda
mano y algún que otro póster o postal a orillas del Sena.
De camino al barrio latino hicimos una parada en la pintoresca
librería Shakespeare & Company. De verdad, aunque solo sea por
curiosidad... ¡Entrad! Porque vais a flipar. Hay cientos y cientos y cientos de
libros apilados en las estanterías. Tantos que resulta imposible buscar uno en
concreto. Es como buscar una aguja en un pajar.
Nuestro próximo destino era el Panteón, y como tradición ya en
nuestro viaje hicimos una paradita al advertir un cartel en una panadería
"El mejor croissant de París" y allá que fuimos de cabeza. Creo
recordar que el sitio se llamaba La Maison Pichard (al lado había una tienda de
quesos).
Fuerzas medio repuestas seguimos hasta el Panteón. En frente está
la gigantesca facultad de Derecho.
En el Panteón mis ilusiones eran ver el péndulo de Foucault y la
tumba de Marie Curie. El primer sueño no llegó a cumplirse porque parecía que
la suerte no estaba de mi lado y habían aprovechado esas fechas para retirarlo
temporalmente. Por lo menos pude ver la tumba de Marie Curie. (Deformación
profesional: estudio química).
La siguiente visita del día sería el mercado de la pintoresca calle
Mouffetard. Pero antes de recorrerla mi ampolla decidió que hasta aquí habíamos
llegado, así que tuvimos que buscar una farmacia para comprar una aguja y poder
pincharla.
- ¿Aiguille? Blister.
Y con estas dos palabras "aguja" y
"ampolla" me debería haber entendido la buena mujer que allí
trabajaba. Y yo creo que en efecto me entendió, porque me ofreció compeed que
ya llevaba yo en el bolso y betadine para curarla.
Pero oye, que la aguja no parecía pillarlo (sinceramente
yo creo que no nos la quiso vender, se pensaría que la iba a usar para otros
fines).
El desenlace de esta historia soy yo saliendo de la
farmacia con un bote gigante de betadine porque no lo tenía más pequeño y la
cara descompuesta.
Coja cojísima y con el bote de betadine de la mano
procedemos a recorrer la calle Mouffetard. Es uno de los pocos sitios de París
donde se encuentran bares y restaurantes a muy buen precio además de las
famosas tiendas de souvenirs (como Par'ici, pequeñita pero repleta de
recuerditos para llevarse).
Eran las seis de la tarde y faltaba de visitar los Jardines de
Luxemburgo... Y ahí se quedaron, porque yo no podía dar un paso más.
Le Vieux Bistrot es la elección de esa noche para cenar. Y como
no podía ser de otra manera pedimos una fondue de queso y de postre nos
llevamos una sorpresa... ¡La mejor crema catalana que he probado en toda mi
vida está en París!
DÍA 3: PARÍS EN TACONES
Mis pies ya habían dicho "hasta aquí hemos llegado,
colega" y como solución se me ocurrió aparcar las zapatillas causantes de
tanto dolor y cambiarlas por los tacones
de Lodi estilo Valentino para patear París por la mañana. Y sobreviví.
La primera visita que haríamos durante el día sería la que con tanta
ansia había esperado: el número 31 de la Rue Cambon.
En esta calle, emblema de Chanel, abre en 1910 su tienda de
sombreros en el número 21.
¿Qué voy a decir de este espacio? Un sueño haber podido subir por
las escaleras desde las que Gabrielle espiaba a sus clientas o vigilaba las
reacciones de quienes acudían a sus desfiles.
Mi madre en playeros entrando en Chanel, y a diferencia del trato
en Louis Vuitton aquí fue exquisito. Los vigilantes de traje negro de la entrada
nos recibieron con una sonrisa y mirándonos a los ojos, no a la vestimenta. Y
al salir igual, no miraron si llevábamos o no bolsas de su tienda. Yo había
leído que eran desagradables y desde luego que no fue nuestro caso.
La atención fue de 10 y mi decisión final clara: yo quería Boy
Chanel.
En este perfume, creación de Olivier Polge, se reencuentran lo
masculino y lo femenino; evocador, sugerente. Oler este perfume es entrar en
una cuarta dimensión donde todo es perfecto. Es ese perfume para ocasiones especiales,
para esos "Así quiero que huela este instante de mi vida". Su nombre,
Boy, es en honor a Arthur Boy Capel, el único y verdadero amor de Coco.
Además, también me traje un esencial para viajes: Travel Makeup Palette (una de las muchas exclusividades que
se pueden encontrar en boutiques o bien en su página web).
La segunda parada del día sería la Plaza Vendôme,
llena de tiendas de gran prestigio y donde se halla el lujoso hotel Ritz, lugar
en el cual Mademoiselle Chanel se instaló en dos habitaciones con vistas a su
querida Rue Cambon.
Caminando un poquito nos topamos con la Ópera. De un
estilo ostentoso y opulento, la construcción de este edificio inspiró al autor
del Fantasma de la Ópera, Gastón Leroux.
Diversos hechos calificados de extraños también
desencadenaron su imaginación, como por ejemplo la muerte de una bailarina al
caer desde el número trece de la sala del edificio, la caída de la lámpara del
auditorio que provocó el fallecimiento del espectador sentado en la butaca
número trece o incluso el descubrimiento de un cadáver con medio rostro
cubierto por una máscara durante la excavación en el subsuelo de la ópera.
Galerías Lafayette era el próximo destino. La
excepcional y singular cúpula que ilumina todo el establecimiento se ha
convertido en una seña de identidad de las galerías.
Además de poder alucinar con su interior, repleto de
lujo y ropa que no baja de las tres cifras, se puede subir a la parte más alta
de las galerías: la terraza.
Aquí se consiguen unas vistas magníficas y ¡gratis! de
París.
En 1919 el aviador francés Jules Charles Védrines aterrizó sobre esta terraza, lo que le costó una
multa por parte del gobierno parisino.
Ese día comimos allí
en una especie de buffet.
Cuidado que en esta
zona están las famosas rumanas pidiendo firmas. Aprovechando que estás
despistado te vas sin la cartera a casa.
Tras haber dejado las
compras en el hotel y haber vuelto a las zapatillas blancas, pusimos rumbo hacia
la emblemática Dama de Hierro. Dado que la Torre Eiffel acoge a más de siete
millones de personas al año las colas que se forman son bastante interesantes y
de hecho, junto con Versalles fue donde más tiempo tuvimos que esperar. Os
recomiendo que llevéis las entradas compradas desde casa (y aun así os tocará
esperar).
Consejo: no tiréis
los billetes de metro hasta llegar al destino, a veces hay controles y os los pueden pedir.
Nosotras lo llevábamos tan a rajatabla que guardábamos todos y el día que nos
lo pidieron (en el viaje a la Torre Eiffel) la señora tuvo que pasar tooooodos
los tickets por la máquina hasta averiguar cuáles eran los del día jajaja
Aunque no lo habíamos
planeado, finalmente vimos un atardecer de película desde las alturas. Una
experiencia inolvidable.
Estábamos en el
segundo piso y ya cuando decidimos que habíamos visto todo lo habido y por
haber nos dispusimos a bajar... ¡Si había más cola que para subir! Y nosotras,
muy cansadas como de costumbre, no íbamos a bajar por las escaleras... Por
supuesto que no.
Así que allí de pie las dos charlando nos giramos y vemos dos chicos guapísimos.
- ¡Mira qué dos! - me
dijo mi madre.
- Madre mía. Yo me
los cojo, les pongo un lacito y ¡ale! para el árbol de navidad. ¡Regalazo!
Cuando uno de ellos
de repente se va y vemos que se despiden en ESPAÑOL... Se nos quedó una cara de
panolis. Eran dos hermanos argentinos y muy majetes.
Moraleja: en todas
las colas siempre hay alguien que habla español. Cuidado con lo que decís.
Para finalizar el
día, a medida que nos alejábamos de la Torre Eiffel, veíamos cómo se iban
iluminando poco a poco los 20.000 focos que tiene hasta observar, desde
Trocadero, cómo resplandecía con sus destellos durante los primeros cinco
minutos.
Aquella noche cenamos
en una crepería, L'atelier, muy cerquita de nuestro hotel y con una atención
fabulosa. Al traernos la cuenta, el chico llevó una postal y mi mami le
preguntó para ver si nos la podíamos llevar: "¿souvenir?"
A lo que él, muy
sonriente respondió que sí. Pues antes de que nos fuéramos regresó con otras
dos postales para que nos las lleváramos también jajaja
Una cena riquísima.
¡Un besito!
¡Los viajes horribles en avión! jaja A mí también me roban años.
ResponderEliminarNotre Dame es ♥
Y por fin la tienda de Chanel ;P
¡Un besito!
París tu próximo destino 🙊👌 lo veo
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