domingo, 18 de noviembre de 2018

París, mon amour. Seis días en la Ciudad de la Luz. Parte II

DÍA 4: DESCUBRIENDO LOS SECRETOS DE MONTMARTRE

Es un lugar mágico, incluso me atrevería a decir que es como viajar en el tiempo a una época inexplorada. 



Es conocido por ser el barrio de los pintores, hogar del Moulin Rouge y la Rue Lepic. Pero si algo caracteriza de verdad a este pintoresco barrio son las escaleras. Nosotras nos ahorramos la subida y bajada a la espectacular Basilique du Sacré-Coeur gracias al funicular (os valen los billetes de metro que tengáis para poderlo utilizar).









Ubicada en la parte más alta de la colina de Montmartre está la Place du Tertre. Es la plaza de ambiente bohemio donde podréis encontrar muchos artistas haciendo caricaturas en menos de diez minutos. Allí los pintores exponen y realizan sus obras al aire libre. Si tenéis suerte y no llueve los veréis.

Actualmente los restaurantes con sus terrazas les han ido ganando terreno,  pero ellos se mantienen fieles al lugar al que han dado gran parte de la fama.








Creo que acierto cuando digo que las mejores magdalenas del mundo (y universo) son las de Gilles Marchal. Creedme, tenéis que visitar su tienda y comer, por lo menos, una. Nosotras nos arrepentimos de comer tan solo una, pero había que proseguir la marcha culinaria.




En el jardín de la  Place des Abbesses hay un "pequeño" secreto: Mur des je t'aime o El Muro de Los Te amo

Una pared con 511 azulejos azules y las palabras "Te quiero" escritas en más de 300 idiomas. Distintos idiomas, pero al final y al cabo un solo sentimiento. 



Pescaderías, fruterías, quiches... ¡Y todo a pie de calle! Así es la Rue Lepic, donde decidimos hacer una paradita en la Boulangerie Alexine (donde también había avispas poniéndose las botas de dulce).




¿Os acordáis de Amélie? La carismática y soñadora joven que descubre que ayudando a los demás se consigue encontrar la felicidad. Es en la Rue Lepic donde está el Café des 2 Moulins, lugar en el que trabajaba Amélie como camarera.


La última parada de la mañana sería el Moulin Rouge: cabaret símbolo de la Belle Époque. Abrió sus puertas un 6 de octubre de 1889 viéndose obligado a cerrar al estallar la Primera Guerra Mundial. Un incendio lo destruyó en su totalidad y no fue hasta el año 1921 cuando fue reconstruido. 


Situado en el número 116 de los Campos Elíseos se encuentra el Lido de París y tal y como ellos prometen "París vibra aquí". Su espectáculo "París Merveilles" es genuino: vestuario alucinante; pistas de hielo, de agua, una fuente y una lámpara que emergen de la nada; juegos de luces y sombras, un mimo magnifique... Así es este espectáculo.




Salimos embelesadas por las lentejuelas, las plumas, las BlueBells girls y por supuesto por ¡los Lido Boys!

Nosotras habíamos comprado junto con la entrada: el programa, una tabla de quesos y champán para disfrutar de la gran noche. 




DÍA 5: NUESTRO OBJETIVO: VERSALLES

Comienza un nuevo día y hoy toca ir a visitar el castillo de Versalles, situado cerca de París. Y para ello, y conociendo de antemano la afluencia de turistas que acuden a este recinto cada día, madrugamos. A las diez estábamos allí. Y ya había una cola...


Algo que nos llamó la atención fue que el control de la entrada fuese:

- Abra el bolso, por favor.

Y me pregunto yo... ¿Para qué lo abrí si nadie lo miró?

En cambio el segundo control para comenzar la visita ya en el Palacio fue exhaustivo. Esto nos llevó a mi madre y a mí a la conclusión de que lo único que les importaba era que no pudieran destruir el edificio porque estando en la cola y con ese controlillo inicial puede ocurrir cualquier cosa hasta que entramos. 


Una vez dentro y ya hartas de esperar fuera (llevábamos las entradas compradas de casa y aun así nos tocó estar dos horas esperando), comenzamos la visita.


Fue construido por Luis XIII con el propósito de ser un pabellón de caza. Sin embargo, Luis XIV lo convirtió en un palacio real. 








Las primeras habitaciones a las que accedimos fueron las que más nos gustaron, sobre todo por un factor muy importante: apenas había gente y pudimos verlas bien.

Eso sí, esperad a meteros en habitaciones como la del Rey: ¡Como seáis de tamaño toy como yo, no vais a ver NA-DA!

He acabado viendo el palacio de Versalles por fotos de internet porque no se podía ni fotografiar en condiciones allí. La gente se agolpa, se quedan allí como si quisieran llevárselo a su casa y los demás a pasar por detrás viendo techos.

Mi tía, que fue a París hace años, estuvo en el Palacio de Versalles y con tanta marabunta se pasó la habitación de la Reina. Siempre nos cuenta que casi tuvo que pegar al guarda de seguridad porque no la dejaban volver atrás a visitar la habitación. Pero al final lo consiguió. Y eso que tuvo que ir contracorriente. 


Eso es lo que pude ver yo de la habitación del Rey. Si comparáis con las primeras fotos os daréis cuenta de que ahí sí pude ver la estancia completa.

La cámara de la reina está decorada en oro y según dicen hay una puerta secreta que es por donde escapó María Antonieta. Con toda la afluencia de gente tampoco tuve la oportunidad de detenerme a buscarla.

En el salón de los espejos (igual de petada que las otras estancias) es donde se firmó el tratado de Versalles en 1919. Contiene un total de 357 espejos. 



En el mismo palacio se puede comer y nosotras elegimos Angelina. Allí tenía el antojo de probar una quiche.


Odisea para volver a París. Os pongo en situación: precio de billete París-Versalles 1,50€ (lo que cuesta un billete de metro para moverse por París).

Precio billete Versalles-París 3,50€. ¿Por qué? ¿Hay más kilómetros para volver? ¿Han alejado París?

Si alguien nos hubiera grabado a mi madre y a mí desesperadas metiendo un ticket de metro de París en la maquinita, sin éxito alguno, probablemente ahora nos estaríamos riendo. Pero hasta que nos dimos cuenta de que esos tickets no valían... Cayeron pestes.

Vamos a las máquinas dispuestas a comprar dos tickets para poder regresar y no admite billetes. Teníamos que pagar o en monedas o con la tarjeta. Y en ese momento no llevábamos tanto dinero suelto encima ni queríamos meter la tarjeta (imaginad, con la suerte que nos caracteriza que se nos queda atascada... A ver cómo lo explicamos en francés).

Saco la cartera y vamos a una tienda que había justo al lado para comprar algo y que nos dieran cambio.

Estamos esperando para sacar los benditos tickets cuando vemos a una mujer rubia alzando una cosa roja en el aire... Yo no había logrado captar la situación cuando veo a mi madre ir corriendo a por esa cosa roja...

Pues señores y señoras, ¡¡esa cosa roja era mi cartera!! ¿En qué momento la había perdido? Ni idea, pero lo había hecho.

El plan de la tarde fue uno que tenía en mente desde mi visita al número 31 de la Rue Cambon: volver a Chanel.

¿Y por qué? Pues bien, la buena mujer que allí me atendió cuando estuve, me ofreció probarme gafas de la nueva colección. Soy una adicta a las gafas de sol y la mujer pareció leerme la mente. Me enseñó unas cuantas, pero cuando me probé unas grises talladas con la forma de un diamante dije:

- Estas se van a venir conmigo a España.

En mi primera visita decidí salir de la tienda sin las gafas. Y antes de arrepentirme de no hacer una cosa, decidí arrepentirme de hacerla... ¡Y me las compré!

Resultó que se acordaban de nosotras y nada más comenzar a atendernos nos trajeron una bandejita con dos vasos de agua. Que después de la visitita a Versalles nos vino de bien...

Nos acompañaron de nuevo a las famosas escaleras donde repetí reportaje fotográfico.




Por último,  ya al anochecer, tocaba un paseo en Bateau Mouche para despedir París desde el Sena. 







Aquella noche regresamos para cenar a L'atelier con sus magníficas galettes (variante de las crêpes). 





DÍA 6: CON MALETAS Y A LO LOCO.

Para el último día decidimos dar una vuelta por la zona, pero el tiempo decidió no dar tregua y comenzó a llover: nos íbamos con el mismo ambiente con el que llegamos a París de cielo cubierto y llovizna.

Descubrimos una pequeña pastelería donde no me resistí a comprar el que sería el último dulce parisino que tomaría y una quiche para el viaje.


De vuelta al hotel comenzamos a organizar la maleta. Mi neceser iba a puntito de reventar: maquillaje, el perfume, muestras de perfume, muestras de cremas...

Todo menos el betadine de medio litro que tuvimos que dejar en el hotel.



Cuando llegamos al aeropuerto comenzó mi peor pesadilla: vamos a por las tarjetas de embarque y nos dicen que el vuelo es de alta ocupación Y QUE OBLIGATORIAMENTE TENEMOS QUE FACTURAR.

Ojalá hubieseis podido ver mi cara descompuesta y a punto de echarme a llorar. Yo pensando en todas mis cositas de Chanel, de Dior, de Guerlain, mi cámara de fotos, las postales...

Bueno, bueno, bueno... ¡Vaya dramón! ¡Con lo mal que tratan las maletas! ¿Y si me la pierden? Un yuyu me iba a dar.
Pues allí que me veríais a mí poniendo pucheros, morro arrugado y con un disgusto... Tanta pena le di al chico que trabaja que me dijo:

- Bueno... Pasad, si no os dejan subir las maletas os las bajan a bodega allí mismo.

A mí se me quitó el hambre y todo. Ya no tenía miedo de montar en avión, yo solamente estaba sufriendo por mi maleta.

Drama 2: íbamos a pasar el control cuando de repente veo que a mi maleta la desvían por otro carril para inspeccionarla. Y yo pensando... ¡No puede ser!

Yo solo recuerdo mirar el escáner y ver Torres Eiffel por ahí desperdigadas en la maleta jajaja

Ay madre, ¡lo llevaba todo perfectamente colocadito para que no se me arrugase ninguna camelia de Chanel!

Cabe destacar el detalle de que ni mi madre ni yo sacamos los líquidos porque como vimos que nadie lo hacía... ¡Ay la pereza!

Pues el señor que inspecciona maletas abre la mía y claro, lo primero que se encuentra es el neceser a puntito de estallar... No veáis qué carita se le quedó. Coge una bolsa de plástico diminuta, mete el perfume (y para de contar porque ahí no entraba más). Yo creo que el pobre señor pretendía meter todo lo que llevaba en esa ridícula bolsita de juguete. No os digo más que acabó diciendo:

- Buf, maquillaje, maquillaje.

Y aburrido y viendo que se le acumulaba el trabajo, me devolvió todo.

Ahora tenía que idear una manera de viajar junto con mis cosas de valor.

Idea 1: siempre dejan llevar un bolso o algo, ¿no?

Saqué una bolsa morada y comencé a desmontar la maleta metiendo todas las cosas importantes en la bolsa morada: perfumes, muestras, maquillaje, las gafas de sol...

¡Cuánto glamour! Yo caminando por el aeropuerto maleta en mano, bolsa morada llena y bolso negro colgado. 

Finalmente me puse la primera en la cola... A mí ni Dios iba a quitarme el sitio para MI MALETA.

¡Y sí! Conseguí subir MI MALETA.


Anécdota final para despedir este viaje: mi madre se quedó atascada en el metro.

Sí, como leéis.

Metí mi billete y yo pasé, pero mi madre debió de meter su ticket demasiado rápido de manera que la máquina creyó que solo había un billete... y ahí se quedó, en el medio, que ni para delante ni para atrás, entre la puerta y la barra.

Yo muriéndome de la risa y la pobre mujer intentando saltar por arriba, o como dijo un señor:

- Pase por abajo.

Y mi madre pensando... "Pero si yo el único ejercicio físico que hago es sentar el culo en el sofá."

Estuvo ahí hasta que un chico súper alto metió su billete y la empujó de forma que salieron los dos.

Y mi madre gritando "merci, gracias" y el chico ni caso. Creemos que estaba pensando: "Vaya pardilla."


À bientôt, Paris!

(Próximo destino: Ámsterdam pero en tren, y hay que ahorrar jajaja)

¡Un besito!




2 comentarios:

  1. ¡Hola reina!
    Me lo quiero comer todo jajaja
    Esas magdalenas, por favor!!!
    Y el paseo en el bateu mouche es mítico♥
    Por cierto, en algún momento de nuestra vida tendremos dinero para entrar en el moulin rouge :(
    ¡Un besooo!

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    1. Jajaja Igual nos toca la lotería 🤭🙈
      Un besito Sara 😘😘😘

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