jueves, 4 de abril de 2019

10:21 // Relato



 La otra noche soñé contigo. Me alegró volver a verte.



Estabas de pie en la cocina, moliendo café, solo como tú sabías hacerlo. Utilizabas aquel antiguo molinillo que había pertenecido durante generaciones a tu familia y al que yo llamaba «cacharro viejo y oxidado». Tú te reías y no decías nada, porque sabías que aquel trasto me gustaba. 


Un haz de luz se colaba entre las cortinas y bañaba tu piel. Cerrabas los ojos e inspirabas profundamente. Qué paz. ¡Qué paz me aportabas siempre!

Yo era el caos y tú la tranquilidad. Cuando nos abrazábamos mi corazón entendía al tuyo y se calmaba. Tan solo seguía tu ritmo.



Había un momento en el que te girabas, sonreías y te sentabas en la silla, frente a mí.

Habías dejado el reloj de la cocina sobre la mesa. Como la última vez que nos vimos.

Sus manecillas habían quedado estancadas, inertes frente al paso del tiempo. Querías que lo arreglara. Pero yo no. No ahora.



Tu cabello ligeramente ondulado bailaba sobre tus hombros y a mí me entraban ganas de bailar contigo.



Me acercaba a ti, lentamente, saboreando el momento de volver a verte. Me sostenías la mirada, no querías perderte ni un solo movimiento. Solo cuando sentiste mis manos sobre tu rostro cerraste los ojos.



Entonces te besé. Mis labios no habían olvidado aquel recorrido que tantas otras veces habían realizado. ¡Cómo olvidarlo...! Si todo mi cuerpo te obedecía.



Este beso fue diferente. Te apartaste. Parecías preocupada y mi corazón dio un vuelco acelerándose de nuevo.

Volvías a mirar el reloj.



- Te quiero.



Mi deuda. Mi paz.

Sabía que sería una despedida. La nuestra.

Sabía que era mi segunda oportunidad. No iba a desaprovecharla.



- Te quiero. - repetí al borde del llanto.



Los dos escuchamos el tic tac que indicaba que el reloj se había puesto en marcha.

Te abracé tan fuerte que todo tu cuerpo tembló. No quise abrir los ojos porque el resto de la historia ya la conocía.

Solo ansiaba decírtelo una vez más, susurrándotelo al oído.



- Te quiero.



10:21





La pesadilla comenzó al despertar. Cuando me di cuenta de que, un día más, no estabas a mi lado aun durmiendo, ni estarías en la cocina moliendo café.

Nunca más.



Los médicos dijeron que fue a las diez y veintiún minutos. Y en ese instante mi vida se detuvo, así como lo hizo el reloj que habías dejado ese mismo día sobre la mesa para que lo arreglara. Decías que se había vuelto loco y marcaba la hora que le daba la gana.



Ojalá.



Ojalá se hubiera detenido antes y hubiese podido decirte por última vez «te quiero».



Bajé a la cocina.

El reloj continuaba sobre la mesa. Pero ya no marcaba aquella maldita hora. Esos cuatro dígitos que así combinados odiaría para el resto de mi vida. Aquella cifra que hacía que contuviera la respiración hasta que se deslizaba hasta el siguiente número.



Sus manecillas, al igual que en el sueño contigo, habían vuelto a bailar alrededor de los números.


2 comentarios:

  1. De nuevo el corazón encogido... Me encanta, ya lo sabes.
    ¡Un besito, princesa!

    ResponderEliminar