¿Te acuerdas cuando éramos apenas unas niñas y no dejábamos de repetir ese «te imaginas» que hacía referencia al futuro?
Qué
lejos quedó aquel pasado, querida.
Todas
las semanas sigo viniendo a verte, te lo prometí.
Y
aquí estoy un día más.
¿Te imaginas qué será de nuestras vidas cuando seamos
mayores?
No
dejábamos de repetirlo. No dejábamos de soñar en futuro. Y fíjate, cariño, el
futuro llegó… y pasó.
Mi
marido sigue con esa loca idea en la cabeza de comprar una casa en el norte,
con vistas al mar. Ya sabes cómo ha sido siempre... Un culo inquieto. Y no hay
quien le pare los pies. Después de treinta años casados ya no le voy a llevar
la contraria.
Mi
hijo continúa en Estados Unidos trabajando.
Él
es muy feliz allí... Nosotros aquí no tanto. Aunque ya sabes que eso
no quita el orgullo que sentimos.
¡Ay cómo crecen los pequeños…!
Ahora entiendo
la nostalgia de mi madre y ese síndrome del nido vacío.
Y
yo... Bueno, yo he vuelto a revisar todas nuestras fotos. Ya sabes que era un
poquito Diógenes y guardaba hasta los tickets de cuando íbamos al cine.
Aunque
sean trozos de papel... ¿Cómo voy a tirarlos?
Son
recuerdos que me han arrancado muchas sonrisas.
¿Recuerdas
aquella vez que creí que sería el fin del mundo, vete a saber por qué tontería,
amiga? ¿Algún chico, alguna mala nota, un mal día...? Ya ni lo recuerdo. ¡Qué
cosas...!
De
aquello que parecía un incendio, ahora no quedan ni las cenizas.
A
esas edades no teníamos ni idea de lo que era la vida en sí. Tan solo habíamos
visto la punta del iceberg. Y poco a poco nos sumergimos bajo el agua…
Buscábamos
felicidad en lo material. Y es que los objetos van a estar ahí siempre, pero
las personas no.
Me
agacho para estar más cerca de ti.
Extiendo
el brazo y dejo un ramo de peonías junto al mármol en el que se lee tu nombre.
Cómo
te extraño, bonita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario